miércoles, 13 de julio de 2016

LOS TREBEJOS MALDITOS



Los pelos se le van a quedar como a la chica de la portada, desprevenido lector, cuando lea la terrible historia del joven caballero Maximilian Jones y descubra los asombrosos hechos que ocasionaron la perdición de su linaje y causaron su temprana y desgraciada muerte.

Maximilian Jones, un joven de la más rancia aristocracia galesa, acaba de terminar sus estudios en un internado suizo y vuelve a casa —en su caso, un castillo que perteneció mucho tiempo a la familia y que acaba de reintegrarse al patrimonio familiar— donde es recibido por su padre. Un día, al poco de instalarse, explora el castillo y descubre una habitación sellada cuya puerta, movido por la curiosidad, no tarda en allanar. Dentro descubre un antiguo juego de ajedrez...


Viñeta I
—Sí, no me había equivocado. Un tablero de ajedrez



Viñeta II
Excitado por su sensacional descubrimiento.
—¡Fantástico! ¡Hasta los trebejos están en buen estado!

Viñeta III
—Dios sabe desde cuánto tiempo estará aquí. Sería una pena dejar que se estropeara.

Viñeta IV

—Después de una buena limpieza, quedará como nuevo. Podré echar buenas partidas con mi padre.

Poco después, el padre de Maximilian organiza una fiesta para dar la bienvenida a su hijo y presentarle a deudos y vecinos, sobre todo a Sandy McDaniels, joven bella y algo ligera de cascos. Maximilian ejerce de anfitrión con Sandy y le enseña el castillo y sus tesoros y, ¡cómo no!, su reciente descubrimiento, el antiguo juego de ajedrez que había encontrado en la habitación prohibida.


Viñeta I
—Déjeme ver.

Viñeta II
—¡Vaya! Un material bien extraño para tallar unas piezas.

Viñeta III
—¿Quiere que le diga de qué están hechas las piezas?
—Se lo ruego.

Viñeta IV
¡De huesos humamos!

Pese al macabro descubrimiento, Maximilian propone jugar una partida a Sir Douglas, uno de los invitados...



Viñeta I

Un poco después.

—¿Qué sabe de este tablero, padre?
—¿Dónde lo has encontrado, Max?

Viñeta II
—Aquí mismo, en el castillo. Olvidado en una buhardilla.
—¡Qué raro! Ni siquiera sabía de su existencia.

Viñeta III
La partida comienza
—Usted mueve, Sir Douglas.

Viñeta IV
Después de una hora de juego...

Después de una hora de juego, el joven Jones se impuso brillantemente a Sir Douglas y los invitados se retiraron a descansar. Pero Maximiliam Jones vio turbado su descanso por unas inquietantes pesadillas en las que un gigantesco caballo de ajedrez cobraba vida y le perseguía campo a través. A la mañana siguiente los invitados salieron a cabalgar. Maximilian había olvidado sus terribles sueños y se unió gustoso a la partida. Sin embargo, a poco de partir el caballo de Sir Douglas se encabritó y descabalgó a su jinete quien falleció de resultas de las heridas sufridas en la caída.

De regreso al castillo, nervioso y entristecido, Maximilian siente una extrañas ganas de jugar al ajedrez. Todos los invitados declinan su oferta, salvo su anciano padre.


Viñeta I
—Si te parece, podríamos jugar una partida de ajedrez.

—¡Qué coincidencia! ¡Venía precisamente a invitarle a jugar!


Viñeta II
Stuart les llevó el tablero
—Eso es todo, Stuart. ¡Gracias!
—Muy bien, señor. ¡Buenas noches!

Viñeta III
La partida comienza

Viñeta IV
—Hum. Veamos...
—Lo siento por mi padre pero creo que será mate en un par de jugadas.

Y efectivamente, Maximilian derrotó a su padre y se retiró a descansar. En medio de la noche, el anciano propietario del castillo se desveló y decidió subir a la torre del homenaje para disfrutar del frescor nocturno. Inesperadamente apareció ante él una rata que le hizo sobresaltarse y apoyarse en una de las almenas. No menos inesperadamente, la almena se derrumbó y Lord Jones se precipitó hasta el patio de armas donde murió.

En los días siguientes a la doble tragedia, Maximilian empezó a sospechar que las  muertes no eran fruto de accidentes ni habían sido una mera coincidencia. Los dos occisos acababan de jugar una partida de ajedrez en el antiguo juego tallado en huesos humanos encontrado en una buhardilla del castillo. Y la pieza que había asestado el golpe definitivo en cada caso estaba íntimamente relacionada con la ambas muertes. El caballo en el caso de Sir Douglas; la torre, en el de Lord Jones.


—En efecto, sir Douglas. ¡Jaque mate con el caballo!
—Tengo que admitir que eres un gran jugador, Maximilian.
—Has ganado, hijo mío.
—Sí, con un jaque de torre.

El nuevo Lord Jones hizo participe a Sandy McDaniels de sus sospechas. El tablero estaba hechizado y causaba la muerte del jugador que perdía una partida en él. Y el vehículo ejecutor era un trasunto de la pieza que había hecho la jugada final.  La formación científica de Miss McDaniels hizo que mofara abiertamente dicha idea. Para demostrarle lo equivocado que estaba, retó a Maximilian a una partida de ajedrez. Este se negó en redondo, temeroso de que la maldición se cebará en Sandy, por quien, en este punto de la historia, se sentía fuertemente atraído. Decidida a sacar a Maximilian de su error, Sandy McDaniels pensó que quizá vencería la resistencia a jugar del joven si se ofrecía a disputar la partida en pelota viva y con un premio especial en caso de victoria. Los hechos le dieron la razón.


Viñeta I
—¡De acuerdo!
—¡Trae el tablero!

Viñeta II
—Estoy lista.
—¡Comencemos!

Viñeta III
La partida es larga
—Juegas muy bien, Sandy.
—Me voy apañando.

Viñeta IV
—¡Cuidado con vuestro caballo, Max!

—Bueno, ya que insistes en dejarme ganar. ¡Jaque mate con el alfil!

No se sabe si es que ella se dejó o si fue que Lord Max estuvo inspirado, el caso es que éste ganó la partida y se dispuso a cobrar su premio. En esas estaban, ju, ju, ja, ja, por las galerías del castillo cuando la joven McDaniels dio un resbalón que le hizo chocar contra una vetusta armadura de las muchas que poblaban el castillo con la mala suerte que la alabarda que portaba cayó sobre su nacarado cuello. Digamos que Miss McDaniels ya no tendrá ocasión de sentar cabeza.

No necesitó Maximilian ninguna prueba más para convencerse de que los trebejos y el tablero estaban malditos. Otra muerte y, como cabía esperar, provocada por un alfil. Desesperado, trató de destruir el juego pero lo único que consiguió fue convocar accidentalmente al espectro de Dorothee Smallsonn, quien compareció también en pelotas, por cierto. 



Viñeta I
Entonces, misteriosamente...
—¡Aaah!

Viñeta II
—¡Maxilimilian!
—¿Quién eres?

—«Soy Dorothee Smallsonn» —contestó el espectro—. «Y te voy a contar la historia de tu familia, a causa de la cual vas a morir». Dorothee había sido reina de un pequeño reino irlandés en la turbulenta época de las guerras de religión. Derrotados sus ejércitos, se vio obligada a huir hasta que que creyó encontrar refugio en el castillo de Sir Archibald Jones, antepasado de nuestros Jones. Mas sir Archibad resultó ser un fementido traidor, además de un sádico repugnante. Contraviniendo todos los grados de la hospitalidad, aherrojó a su visitante en un calabozo del castillo y la sometió a todo tipo de sevicias. Para terminar, decidió fabricarse un juego de ajedrez con sus despojos.



Viñeta I
—Ordenaré que tallen unas piezas de ajedrez con tus huesos.
Así aun después de muerta podré disfrutar de ti.

Viñeta II
Pero, en el momento de morir, pronuncié una maldición:
Quien jugara con esas piezas y perdiera...

...perdería la vida. Pero Sir Archibald resultó ser un hueso duro de roer y no perdió partida alguna hasta su muerte. Hecho que contradice las modernas conclusiones de la psicología experimental que hacen del ajedrez crisol de todas las virtudes y espejo de gentilhombres. Maximiliam arguyó en su defensa que no había perdido una sola partida desde que había descubierto el tablero, cosa que era cierta. Pero Dorothee refutó su intento argumentando que había sido su mano espectral la que había guiado su estrategia en las partidas y que, además, era el último de su estirpe y le tocaba palmar. *(ver nota al final del texto)

El espectro despareció entre llamas y Jones se retiró a sus aposentos en busca de sosiego y descanso. En medio de la noche, los sueños volvieron a acosarle...


—¡Oh, la buhardilla se ha convertido en un gran tablero
de ajedrez!

De repente se vio envuelto en una terrible partida de ajedrez viviente en la que los muertos hacían de trebejos.

—¡Es tu última partida, Maximilian Jones!

Llegados a este punto no nos cabe sino lamentar el poco conocimiento de las leyes del ajedrez que tienen los seres infernales. Como el lector habrá advertido, siempre que el terror pánico le haya permitido observar con detenimiento la imagen, los personajes de la función se han colocado dejando un escaque negro a la derecha, cosa que ni en el inframundo ni en éste está permitida. ¿Sueño o realidad? ¿Fue todo un delirio fruto del tremendo desgaste que una serie concatenada de terribles desgracias volcó sobre el desdichado Maximilian Jones? ¿O fue realmente una inicua venganza surgida del pasado? Nunca lo sabremos. Lo cierto es que fue la última partida de Maximilian Jones porque al día siguiente...


Al día siguiente...
—¡Qué tragedia!
—¡Un paro cardíaco! ¡Extraño en un joven de su edad!

Algunos malintencionados opinan que el no reconocimiento de la autoría, tanto de los dibujos como de los textos, se debe a una mala praxis empresarial de los editores de la publicación. Nada más lejos de la realidad. Es la mínima precaución exigible para salvaguardar su integridad. Cuando uno se acerca demasiado a lo desconocido, cualquier precaución es poca.

Un gran amigo, Nacho Pérez Ortiz, afrontando quién sabe qué riesgos, puso en mis manos el manuscrito que contiene esta historia pensando que hallaría en ella algo de interés, cosa que le agradezco. Yo lo he transcrito con apenas los cambios mínimos indispensables para adecuar este cruda historia a las normas del decoro que nuestro siglo exige.


FINIS CORONAT OPUS

* Nota. El cronista reconoce que no entiende muy bien esta parte de la historia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sr. bloguero: no sé quién ha sido el guionista de esta historia pero no tiene ni pies ni cabeza, por ende, más que terror es estupidez: por un lado, un protagonista que juega con su padre (!) a pesar de intuir el lado siniestro y fatal que conlleva jugar en ese tablero - si sintiera extrañas ganas de jugar al ajedrez, tal como se lee en el relato, no lo haría con mi padre y, de verme forzado a ello, por curiosidad, jugaría a tablas - y, por otro lado, la venganza sinsentido de Dorothee Smallsonn quien, en vez de presentarse ante su verdugo y obligarlo a jugar una partida perdida de antemano que le costara la vida y de ese modo reparar el daño sufrido, se dedica a cargarse a diestro y siniestro a toda su parentela que nada ha tenido que ver con el pasado sádico de uno de sus ascendientes. Deplorable.

Vladimir dijo...

Me gustó la historia y resalto el trabajo del Bloggero en recolectar arte que se relacione con el Ajedrez. Tal vez sugeriría algún link para poder adquirir o descargar la obra completa, no sé...Pero bien...siga así!
Slds

Mariano García Díez dijo...

Gracias por tu visita, Vladimir.

Saludos cordiales.