sábado, 2 de julio de 2011

AL-MUTAMID

Muhammad ibn ‘Abbad al-Mu‘tamid fue el tercer y último rey de la dinastía abadí de la Taifa de Sevilla.  Nacidos de la desmembración del califato de Córdoba, los  reinos de taifas pronto se vieron envueltos en multitud de guerras entre ellos mismos que contribuyeron a mermar su capacidad militar para defenderse de los emergentes reinos cristianos.  

El reinado de al-Mutamid se caracterizó por una política expansiva hacia los reinos de taifas vecinos, que fue conquistando uno a uno, y una defensiva frente a los reinos cristianos del norte a los que intentaba contener mediante el pago de parias.

Aunque más que el ardor guerrero, a al-Mutamid lo que le gustaba sobre todo era la poesía. Se había educado con el poeta y aventurero Abū Bakr Muḥammad ibn ˁAmmār (el Abenámar, Abenámar del romancero) que se convertiría durante muchos años en su mentor, visir, amigo y, eventualmente, amante. Su corte en Sevilla se convirtió en uno de los focos culturales más importantes de la Edad Media y reunió a su alrededor a poetas, científicos e intelectuales. El propio rey escribió una importante obra poética.

Aunque legendaria, no deja de ser interesante la historia que cuenta la defensa de Sevilla ante el cerco de Alfonso VI de León, dicho El Bravo, en 1078. La anécdota fue publicada por Claudio Sánchez Albornoz y Aurelio Viñas en sus "Lecturas de Historia de España" (Plutarco. Madrid, 1929) recogiendo material recopilado por el arabista holandés Reinhart Dozy.

Según las crónicas, ante la inminente llegada de los ejércitos cristianos, Ibn Ammar mandó construir un juego de ajedrez de ébano y sándalo incrustado de oro e hizo llegar a Alfonso noticia de su existencia. El rey pidió ver el juego y quedó prendado de él por lo que intentó adquirirlo. Ibn Ammar propuso entonces una partida en la que si salía perdedor entregaría el juego a Alfonso, pero si ganaba se reservaba el derecho a hacer una petición al rey. Alfonso rehusó, temeroso de no poder cumplir las peticiones de Ibn Ammar, pero algunos nobles, sobornados por el oro andalusí y engañados por Ibn Ammar sobre sus verdaderas pretensiones, influyeron decisivamente en Alfonso y este, finalmente, aceptó el reto. Ibn Ammar ganó la partida y pidió la retirada de los ejércitos cristianos. Aunque la cólera de Alfonso fue notable y en un principio pareció no estar dispuesto a cumplir su promesa, los consejos de los castellanos le recordaron que el más grande de los reyes de la cristiandad no podía faltar a su palabra y deshonrarse. No le quedó pues más remedio a Alfonso que retirar a sus hombres, aunque se quedó con el juego de ajedrez y, de paso, aprovechó para doblar el tributo que el rey sevillano le entregaba anualmente.


Pese a todo, la presión militar de Alfonso se fue haciendo insostenible para las taifas por lo que al-Mutamid decidió llamar en su ayuda a los almorávides quienes, al mando del emir Yusuf ibn Tasufin Násir ad-Din ibn Talakakinin, consiguieron derrotar a los castellano-leoneses en 1086. Desgraciadamente para al-Mutamid, los almorávides (monjes soldado partidarios de una interpretación rigorista del Islam) volvieron cuatro años después, esta vez sin ser invitados, y comenzaron la conquista de las taifas andalusíes. Poco sensibles a la poesía, y menos al ajedrez, depusieron a al-Mutamid y lo enviaron a prisión en Agmat en el sur del actual Marruecos.


Al-Mutamid pasó sus últimos años escribiendo poesía y añorando su "reino hermoso junto a un río", como cantara Carlos Cano.


Uno de sus últimos poemas, que refleja la desolación del exilio y el presagio de la muerte, contiene el tópico de la vida como un juego de ajedrez contra el destino que nos recuerda el famoso rubaiyat de Omar Jayyan de quien fue contemporáneo.


Todo tiene su término fijado, y hasta
muere la muerte como mueren las cosas.
El destino tiene el color del camaleón,
hasta su estado fijo es mudadero.
Somos para su mano un juego de ajedrez;
quizá se pierde el rey por causa de un peón.
Que la tierra se hace erial, los hombres mueren.
Dile a este mundo vil:
Secreto de Ultramundo, Agmat lo esconde...     

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